- Fuente: miperiódico.
Cualquiera en este campamento podría pensar de mí que soy un niño consentido, inteligente y poco amistoso por mi forma de comportarme ante los demás, pero lo cierto es que soy bastante tímido.
Esto se debe a ciertas circunstancias que voy a proceder a explicar en esta carta de castigo que la directora del campamento nos ha mandado escribir a mis compañeros de cabaña y a mi esta semana.
En ella tenemos que hablar un poco de nosotros y nuestras vidas para que los demás nos conozcan un poco más.
La semana pasada la cabaña de las pijas estuvo leyendo sus cartas (Isabel es una horrible escritora, si se me permite el comentario) y la semana anterior los bravucones estuvieron haciendo alarde de su forma tan mala de leer. Aunque tengo que decir que no todos los de una misma cabaña son así, la verdad.
Pero es lo que tiene ser un preadolescente: en el colegio te encasillan y no te queda más remedio que pertenecer a ese grupo de personas, en él te aceptan (o no) y se convierten en tus compañeros, confidentes y mejores amigos hasta que llegas a 2º de la E.S.O y puedes sufrir un cambio radical de personalidad y cambiar de grupo.
A mi cabaña pertenece el grupo más variopinto de todos (vamos, que somos los raros), aunque para mi somos los más normales, y nos juntamos con los parias de otras cabañas cuando estamos en nuestros ratos libres o nos toca hacer los equipos de fútbol.
Bueno, dejando atrás mis divagaciones de preadolescente, creo que debería aclarar un par de cosas más: una, creo que soy superdotado (mis profesores me lo dicen, pero mi madre no suelta prenda) y mi padre está en libertad condicional.
Mis primeros recuerdos son de cuando tenía tres años. Recuerdo vagamente una casa enorme. De piedra. El sueño de cualquier niño crédulo y el de las niñas que se creen princesas. No recuerdo muy bien a mis padres (entonces estaban casados), pero sí recuerdo mis puzzles. Adoraba los puzzles. Recuerdo los besos de buenas noches de mamá y los juegos con papá.
Quién diría que todos aquellos recuerdos inocentes eran una farsa.
Los gritos ahogados se quedaron grabados en mi cerebro. No sé si se irán algún día esos gritos tan horribles.
Recuerdo que una vez mamá me llevó a la cama. Papá no había llegado a casa todavía. Yo no tenía sueño, y mis juguetes estaban esperándome impacientes en el suelo (o quizá el impaciente era yo). Estuve jugando mucho rato con ellos. Era muy divertido.
Me sentía muy especial; como un rey que vivía en la noche y mantenía un reino secreto. Como los héroes silenciosos que ayudan a los que tienen problemas y luego no van a la tele a alardear de lo bien que lo habían hecho.
El Rey era bueno del País de la Oscuridad en el Cuarto de Eric. Mi trono era una cama con dibujos de Peter Pan y mis súbditos eran muy variados: las princesas buenas eran mis cochecitos y cuentos, los artesanos y gentes humildes y sin importancia eran los juguetes que nunca usaba, y los villanos eran los puzzles que me costaba terminar. Cuando terminaba un puzzle cogía la manta de mi camita y me la ataba sobre los hombros, cogía la espada de madera, que papá me había comprado en el mercadillo medieval, y me ponía mi corona de Rey (una de esas que te dan por tu cumpleaños cuando eres pequeño y que son de cartón) para volver a deshacer lo hecho con la punta de la espada.
Una de esas noches en las que yo, el Rey Eric, disfrutaba de mi reino matando villanos y salvando a princesas esquivas con demasiadas letras y pocos dibujos, escuché voces abajo. ¡Qué raro!, me dije con mi vocecita infantil. Era papá.
Me asomé por el hueco de las escaleras dejando tras de mi el rastro de mi sabanita de Peter Pan y vi algo que creo que no voy a poder olvidar a pesar de que pasen los años.
Papá estaba sobre mamá. Papá estaba pegando a mamá y mami estaba llorando. Y papi la cogió en brazos mientras subía las escaleras. ¡Yo me escondí en mi cuarto!. Recuerdo que sólo había un sentimiento dentro de mi cabeza: miedo.
¿Que le estaba haciendo papá a mamá?.
Mi reino se había convertido en algo horrible. Los ositos de peluche me miraban desde las estanterías como si quisieran comerme y mis puzzles hacían formas muy raras. las cortinitas de mi ventana ocultaban a los fantasmas que vivían en los árboles y que habían velado por el reino que yo había cuidado con tanto esmero desde que descubrí su existencia.
Ahora temía a mi reino.
Ahora tenía miedo a la oscuridad.
Y la oscuridad empezó a reinar en mi corazón en cambio.
Esa noche no dormí. Estuve metido debajo de mis sábanas mientras escuchaba cosas horribles que me sumían en el pánico. ¡No quiero verlo!, ¡no quiero escucharlo!, ¡no quiero estar en este lugar!.
Eso era todo lo que un niño como yo podía pensar.
Al día siguiente fui a la habitación de papá y mamá. Mami estaba dormida. Papi la miraba con miedo. Me acerqué a mi mamá y empecé a empujarla como en las pelis. No sabía si pedirle a papá que le diese un beso en los labios (a pesar de lo poco que me gustaba ver eso) para que despertara, como en Blancanieves. Pero ella era blanca como la nieve cuando murió a causa de una manzana envenenada, y mi madre tenía partes negras en su cara. Y comprendí entonces por primera vez que era por culpa de papá.
Y creo que fue en aquel momento cuando empecé a comprender lo que querían decir los anuncios donde salían las mujeres con cara de miedo y diciendo cosas dignas de lástima (mamá me explicó por qué salían en la tele un día que me pilló llorando viendo uno de esos anuncios).
Después de eso mi padre estuvo a punto de matar a mi madre en dos ocasiones. Y los metieron en la cárcel.
Fui yo quien encontró el número de teléfono de una de esas señoras de la tele y el que la llamó. Le dije mi dirección. Le dije cómo se llamaban mis padres y cuál era mi nombre. Le salvaron la vida.
Y yo fui creciendo. Y no quise ver más a mi padre.
Creo que ese es el pasado que me marcó, y el pasado que puedo contar. Después de aquello mi reino desapareció para siempre. Aunque todavía lo veo en sueños, a veces. A medida que vaya creciendo todo desaparecerá, espero que también los malos recuerdos, el miedo y el rencor.
Después de este campamento (al que mamá dijo que en sus tiempos mozos papá estuvo apuntado) creo que intentaré verlo. Intentaré que el hogar tan dulce que he creado con mi madre pueda alcanzar a mi padre por mi parte. No quiero que vuelvan a estar juntos con tanto dolor, aunque sé que mamá lo sigue amando. Pero al menos quiero crear otro hogar con papá. Sé que es un deseo muy egoísta, y que los cambios son muy largos. Sé que el perdón está muy lejos… pero al menos quiero intentarlo. Quiero poder vivir en paz conmigo mismo y poder decir con la cabeza muy alta que tengo un padre. Quiero poder hablar del presente y exponer mis planes de futuro con ambos. No voy a darme por vencido.
El pasado siempre estará ahí, al acecho para atormentarme en las noches más oscuras en mis pesadillas. Pero creo que con el paso del tiempo podré perdonar los malos actos y podré ser sincero.
Por cierto, nuestra cabaña tiene un árbol muy viejo detrás. En él todas las generaciones de niños y niñas que han pasado por aquí han escrito sus nombres. he visto un grupo de nombres muy particular cuando escalé un poco por las ramas bajas. Quizá fuera el de mi padre, quién sabe…
Mañana mi grupo y yo escribiremos nuestros nombres. Espero que en el futuro todo sea distinto. El psicólogo de papá me ha enviado (con su consentimiento) una carta que tengo que abrir, y mamá me dio otro papel escrito con rojo para leerlo en estas vacaciones.
Me pregunto qué historia tendrán estos sobres en su interior.
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4 comentarios
Write comentariosUna historia impresionante...
ReplyTambién me pregunto que contiene en esos dos sobres.
Salu2.
Muy buena historia aunque ahora nos quedaremos con la intriga de saber que contenía esos sobres.
ReplyUn abrazo.
Que intriga por saber que contienen esos dos sobres.
ReplyEl resto de la historia un poco dura aunque por desgracia sea verdad.
¡¡ UN BESITO !!
Qué triste que un niño sea testigo de algo tan cruel y qué triste el vinculo que se crea entre maltratada y maltratador, el cual hace que sigas amando a la persona que te está matando.
ReplyUn besote
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