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Hacía ya once años desde la última vez que nos veíamos y lucía realmente hermosa. María había cambiado, pero como cambian las mujeres a las que el tiempo mejora, no tenía nada que envidiar a sus veinte años.
Durante todo este tiempo yo no había hecho más que pensar en ella, alguna vez me junté con sus amigas en la calle y les pregunté su dirección, pero no me supieron decir nada, habían perdido el contacto hacía mucho, me dijeron.
Y yo, como en los buenos tiempos, seguí suspirando por los rincones.
Compartimos clase en el instituto y yo la esperaba en el pasillo para hablar un rato en el descanso. Había veces que pasaba corriendo distraída y me sentía incapaz de abrir la boca para decir, “aquí estoy”. Pero me resultaba suficiente con verla y en la intimidad de mi cuarto pasaba largas horas pensando en ella.
Me había deleitado durante años con aquellos recuerdos, intentando apartar los dolorosos momentos de nuestra separación. Sus padres no me querían, no consentían que acompañara a su hija hasta la puerta de su casa por los callejones oscuros los fines de semana. Llegaron incluso a amenazarme, así que tuvimos que separarnos.
Pero ahora al fin habíamos vuelto a juntarnos, a unirnos para siempre. Estaba preciosa, con los rayos del sol iluminando su larga cabellera rizada. Sentaba en la terraza de la cafetería, leyendo distraídamente y sonriendo de vez en cuando, seguro que por las ocurrencias del autor.
Había sido una casualidad juntarnos por la calle, pero a partir de ahora podría volver a observarla desde el seto, tras los contenedores de basura o a través de los cristales de un coche. Volveríamos a ser uno María y yo, como en los viejos tiempos.
Durante todo este tiempo yo no había hecho más que pensar en ella, alguna vez me junté con sus amigas en la calle y les pregunté su dirección, pero no me supieron decir nada, habían perdido el contacto hacía mucho, me dijeron.
Y yo, como en los buenos tiempos, seguí suspirando por los rincones.
Compartimos clase en el instituto y yo la esperaba en el pasillo para hablar un rato en el descanso. Había veces que pasaba corriendo distraída y me sentía incapaz de abrir la boca para decir, “aquí estoy”. Pero me resultaba suficiente con verla y en la intimidad de mi cuarto pasaba largas horas pensando en ella.
Me había deleitado durante años con aquellos recuerdos, intentando apartar los dolorosos momentos de nuestra separación. Sus padres no me querían, no consentían que acompañara a su hija hasta la puerta de su casa por los callejones oscuros los fines de semana. Llegaron incluso a amenazarme, así que tuvimos que separarnos.
Pero ahora al fin habíamos vuelto a juntarnos, a unirnos para siempre. Estaba preciosa, con los rayos del sol iluminando su larga cabellera rizada. Sentaba en la terraza de la cafetería, leyendo distraídamente y sonriendo de vez en cuando, seguro que por las ocurrencias del autor.
Había sido una casualidad juntarnos por la calle, pero a partir de ahora podría volver a observarla desde el seto, tras los contenedores de basura o a través de los cristales de un coche. Volveríamos a ser uno María y yo, como en los viejos tiempos.
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5 comentarios
Write comentariosMe ha hecho volver a recordar las noches de olor a azahar, de paseos cogidos de la mano, de besos en las esquinas...gracias por tu relato
ReplySe te echaba de menos Gamusino.
ReplyVolviste con una historia buena y bonita.
Salu2.
Que buena historia, me ha gustado mucho.
ReplyUn abrazo y bienvenido Gamusino !!.
Muy buena historia, me ha gustado.
ReplySe te echaba de menos Gamusino.
Un abrazo.
Excelente historia !!.
ReplyGamusino, bienvenido de nuevo.
¡¡ UN BESITO !!
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