El vino que se cultiva en los alrededores de las Tierras Altas, ya tenía merecida fama en tiempos del Imperio Romano, aunque no sabemos si por los motivos que indica la siguiente historia, pues se trata de un vino que tenía la maravillosa y mágica propiedad de que, quien lo bebía era capaz de ver un atisbo del futuro. Este vino lo preparaba en su lagar de la ribera de Larouco un hombre extraño que vivía huraño y solitario. No se sabe de donde era, pero parece que aunque nacido en las Tierras Altas había pasado mucho tiempo fuera de ellas, y ahora con avanzada edad había regresado. Curiosamente, solo el vino que preparaba especialmente para el señor cura tenía esta propiedad, pues el resto, a decir de los que lo probaron, “no hacía nada”.
Todo comenzó cuando la gente empezó a sospechar e incluso a murmurar al darse cuenta de que tanto él como el cura, cuando ocurría alguna desgracia parecían estar ya sobre aviso, es como si ya supieran que algo malo iba a ocurrir y se protegían del peligro.
En una ocasión un mozo de Chavean, se atrevió a ir al lagar donde hacía e vino, y estuvo vigilando durante dos días. En un descuido, cuando ni él ni su perro estaban, entró en el lagar y cogió un poco del vino. Muy ufano se presentó en su aldea y convidó a sus amigos a probarlo. Todos los que lo bebieron lo calificaron como malo pues tenía un sabor extraño. Pero al poco rato se les nubló la cabeza y tuvieron una extraña visión. Una gran tormenta hacía subir el nivel del río de tal forma que arrastraba a un hombre que montado en su caballo intentaba cruzarlo.
Cuando se recuperaron del susto y después de estar vomitando un buen rato, se pusieron a comentar asombrados lo que habían sentido, pero no se ponían de acuerdo sobre quien podía ser el personaje de la visión. Eso si, todos coincidían que era tuerto pues llevaba un ojo tapado.
La experiencia fue muy desagradable pues el malestar posterior no era el propio de una resaca de borrachera, sino que mas bien parecía que el vino tuviera alguna cosa extraña.
Pasó el tiempo, y un día hubo una gran tormenta por el nacimiento del río Navea, no pasó nada especial durante la tormenta, pero a los dos días en Montefurado apareció el cadáver de un vecino de Casteligo. Los que habían bebido del vino del cura, y tuvieron la visión se quedaron muy azorados. Pero no podía ser este vecino muerto el de apareció en su visión pues todos coincidían que aquel era tuerto, pero el muerto no lo era.
De todas formas encargaron a uno de ellos para que fuera al entierro, y allí estuvo tratando de averiguar entre los paisanos si el difunto tenía los dos ojos bien, le contestaron que si, aunque se había lastimado hacía poco en el ojo derecho y por eso últimamente lo llevaba vendado.
Espantado volvió corriendo al pueblo y lo comunicó a sus amigos. Aunque intentaron mantenerlo en secreto se acabó conociendo, y el Conde de Lemos y el Abad de Montederramo enviaron a su gente a investigar.
Tanto el cura como el hombre que hacía el vino desaparecieron y nunca mas se supo de ellos.
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5 comentarios
Write comentariosQue buena leyenda, me gustó mucho.
ReplySalu2.
No me extraña nada que al cura le guste el vino... se pasan casi todas las misas dándole un trago.
ReplyBuena leyenda.
Un abrazo.
Que leyenda tan buena...
Reply¡¡ UN BESITO !!
Estupenda entrada¡ Muy buena. Gracias. Saludos´
ReplyP.D.: Fuí monaguillo y la verdad es de que alguna que otra vez probé el "vino del cura". Recuerdo su dulzó tipo moscaté.
Preciosa leyenda, de las tierras altas de donde vino meu pai...
ReplyAnrafera, ese vino de moscatel lo hacen especialmente para las iglesias, y lo llaman "vino de misa". Tiene menos graduación que los demás, porque lo fermentan menos tiempo y el azúcar es menor.
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