Amanda.

Llegaba a casa después de todo un día de trabajo a las diez de la noche. Las jornadas eran agotadoras, comer fuera durante toda la semana hastiaba a cualquiera y sentía que poco a poco me iba quedando sin vida privada. Mi único consuelo era pensar que me iba a desvestir al fin y podría descansar viendo la tele un rato. ¿Qué me habría preparado Amanda para cenar?. Como llegaba un poco antes que de costumbre seguramente tendría que esperar un rato, pero no me importaba. Me planteaba si intentar hacer el amor con mi mujer pero, francamente, era algo con resultado incierto que a estas alturas no me apetecía buscar.

En la entrada dejé los zapatos y me puse las zapatillas de estar en casa. Notaba los pies hinchados y palpitantes. Paré un instante para ver si adivinaba mi cena pero no me llegó ningún olor. Sin embargo, sí percibí un ligero murmullo en el silencio de nuestra vivienda. Presté mas atención y me pareció que venía de nuestro dormitorio.

Me dio como un respingo por la espina dorsal y los oídos me zumbaron. Llegar a casa antes de tiempo y escuchar ruidos raros en el dormitorio era la pesadilla de todo hombre. Dejé el maletín en el suelo y me acerqué muy despacio por el pasillo. Los jadeos se escuchaban ahora más nítidamente. No venían del dormitorio como había pensado en un primer momento, sino del cuarto de baño.

La puerta estaba entreabierta y por la raja que quedaba pude ver a Amanda reflejada en el espejo. Por suerte estaba sola, sentada en el borde de la bañera y aplicándose aceite por el cuerpo. Se afanaba con los pechos de pezones duros por el contacto y bajaba las manos por el vientre hasta acariciar sus partes más íntimas.

Lo hacía con mucho detenimiento y amor, estaba muy orgullosa de sí misma y se mimaba con cariño. Cuando su piel, dorada por el sol que tomaba cada día, absorbía el aceite, ella tomaba el bote y volvía a untarse las manos. Poco a poco fue centrándose en los pliegues más íntimos de su anatomía. Hidrataba bien sus labios que dejaba pasar entre sus dedos. Yo la conocía bien y sabía que a estas alturas su clítoris debía estar bien excitado, que con sus dedos ella lo debía estar notando perfectamente.

Yo, por mi parte, me estaba poniendo malo por momentos y dudaba entre acercarme a ella y terminar el trabajo o seguir mirando, absorto. El erotismo de mi mujer gozando ella misma con su cuerpo era algo que me ponía la piel de gallina y mi miembro lo dejaba claro. Sin hacer ruido lo liberé y me dispuse a disfrutar de mi mujer.

Seguía con el aceite, jadeando ahora con más fuerza y centrando la frotación de sus dedos en la unión superior de sus labios. Lo hacía con fruición pero sin ejercer una presión excesiva, como de pasada. De vez en cuando introducía sin querer un dedo en su vagina y soltaba un gritito de sorpresa.

Cuando llevaba así un rato y era evidente que tenía ya un alto grado de excitación, levantó la cabeza y mientras seguía frotándose buscó con la mirada por todo el baño. Finalmente pareció encontrar lo que buscaba, lo meditó un instante y tomó de un estante una pequeña brocha de colorete. Una sonrisa picarona apareció en sus labios y con detenimiento y una gran suavidad comenzó a acariciarse con la brocha. Primero los labios y el cuello para bajar por los hombros a los pechos. Por más que a mi me hubiera gustado que la pasara por los pezones, ella se detuvo en los laterales y la parte inferior. De allí pasó a los costados de su tronco, la zona de las costillas y luego el ombligo, su pequeño y dulce ombligo donde a mi me hubiera gustado tener en ese momento la lengua.

Yo no sé hasta que punto estaría disfrutando pero a mí me estaba poniendo como nunca. Notaba el bombeo de la sangre en mis sienes y mi virilidad amenazaba con desbordarme.

Del ombligo había bajado ya por el monte de Venus y acariciaba los alrededores de su clítoris. Quién pensaría que las mujeres pudieran tener tanta sensibilidad. Amanda elevaba la voz por momentos y su cuerpo se tensaba como las cuerdas de una guitarra. Pero las pasadas de la pequeña brocha de colorete no aumentaban en velocidad, acariciaban sus genitales con mano firme y sabiendo lo que se hacía. No podía quedarle mucho, la conocía desde hacía muchos años y cuando los pechos se le contraían, se ponían más duros y firmes era señal inequívoca de que el orgasmo estaba cerca.

Era tal su desesperación que tiró la brocha al lavabo y comenzó a frotarse frenéticamente con toda la mano mientras su cuerpo se convulsionaba violentamente. Finalmente ocurrió lo inevitable, Amanda tuvo un fuerte orgasmo que le producía estertores en todo su cuerpo mientras ella seguía frotando hasta el final. Los chillidos fueron bajando en intensidad y poco a poco fue aminorando la frecuencia. Su cara reflejaba el placer, estaba exhausta y sus mejillas ruborizadas. Quedó así un momento, reposando tan fuertes sensaciones. De repente dijo, “anda, ya puedes pasar”.

Sabía que la había estado espiando todo el rato y seguramente también sabría que había puesto la puerta perdida.

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6 comentarios

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Isi
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7 de julio de 2009, 16:55 delete

Gamusino????? endebé el nene como se las gasta!!!!

Muy buena historia, sí señor, además he soltado una sonrisa con ese final de "pasa" y "había puesto la puerta perdida"....es un relato erótico muy bueno.

Besos!

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Gabriel
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7 de julio de 2009, 17:53 delete

Efectivamente, me alegro de que guste jeje picarona con la puerta perdida.

Hago desde aquí un llamamiento, por favor, si alguien se ha masturbado con mi relato que levante la mano (también vale que comente si ha tenido la tentación juas juas) ese es el mejor comentario que me podéis hacer.

Abrazos y hasta pronto! Ya os mandaré otro

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Isi
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7 de julio de 2009, 18:04 delete

A ver...yo es que leo estas cosas en el curro y lo veo difícil (lo de masturbarme y tal y tal).....pero no imposible, supongo que el querer es poder....Pero lejos de decirte que me he masturbado leyendolo, te diré que mientras lo leía, ha venido un señor trajeado por este mi puesto de trabajo, ha dicho hola y no he sido capaz de contestarle porque me ha salido un gallito así como ahogado...porque estaba tan concentrada en ello (oye) que incluso me ha dado palo mirarle por si se notaba mi cara de pervertida obsesa chechual...ejem....

Y nada, aquí estaremos, esperando el siguiente..jajajaja.

Como mola esto de los blogs, eh???? tan pronto un día te metes en el periódico y lees que alguien habla de sus ganas de vivir en el campo, como tan pronto esa persona que tiene ganas de vivir lejos del mundanal ruido, está escribiendo relatos en el blog de tu amigo virtual Estefan el cual conoces por otro buen amigo virtual llamado Celso, al que encontré por casualidad un día buscando algo de música....me superan estas cosas!!!.

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Unknown
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7 de julio de 2009, 18:46 delete

¡¡¡ MADRE MÍA !!!.

Porque estoy en la cafeteria y si voy al baño, como que daría el cante.

Muy buen relato.

Un abrazo.

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Gabriel
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8 de julio de 2009, 22:47 delete

Isi, hombre, tampoco me gustaría que te despidieran por acoso sexual a tu jefe.

La verdad es que no soy muy dado a las amistades blogueras, quizás porque no tengo tiempo de visitar muchos blogs o al menos de comentar tanto como me gustaría. Per sí que es cierto que se conoce mucha gente interesante.

Celso, ¿es que eres de los escandalosos? jajaja

Un abrazo y muchas gracias a ambos

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Toy folloso
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17 de julio de 2009, 15:19 delete

La gracia del relato está en la masturbación consentida, desde luego.
Yo pensé: lo llama, lo llama (aunque eso hubiera propiciado un casquete de nulo interés literario).
Y no lo llamó.
Gamusino: si quieres que te llame, repásate un poco los piececitos y los alerones, que ya te vale, después de estar diez horas trabajando en el campo.....

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