Va llegando sola, simplemente aburrida o naufragando sin porqués en un mar de dudas y complejos que dan señal de la inseguridad de su alma frente a las tempestades ocasionalmente emocionales que la atormentan.
Es otra cita con la soledad, esperando impaciente por cruzar la calle de la melancolía; queriendo encontrar en la cafetería algún príncipe vestido de solución que la saque del tedio, de la rutina que agobia.
Va escuchando sonidos sordos de un corazón que pide a gritos un cambio de planes, una droga nueva que saque sentimientos y transporte el alma a un nuevo espacio; uno en lo que no esté él.
Es casi imposible no pensar al cruzar el umbral de aquella cafetería, un desfile de sensaciones que se disputan la coronación de la atención atraviesan su calma. Es inconcebible no creer que podría ser cualquiera, que la vida consiste en buscar, en soñar, creer que la ingenuidad no es tan mala y que es posible ganar.
No lo duda un momento y desfila por entre las mesas y las miradas de aquellos que estaban en el lugar como ciegos escuderos de un fuerte de alcohol, con esas caras de pertenencia, de propiedad inviolable…
Toma una mesa en el fondo, pide una cerveza, enciende un cigarrillo e inmediatamente la mente le confirma que no queda más. Ya es imposible vivir como colgada de un hilo de aquel recuerdo que la dejó en el medio de un desierto sin sed, sin calor y sin dolor.
Ya era imposible creer que algo volvería a repetirse, que sus ojos podrían volver a verlo y que sus oídos tendrían el placer de la dulce melodía de sus labios.
Volvió a buscar su bolso, revolvió por un momento entre cigarrillos, unos tickets viejos y un rímel y sacó un papel escrito con birome que tenía como desdibujada o gastaba simplemente por el tiempo la dirección de aquella cafetería.
Aquella cafetería al que una vez el quiso llevarla. Donde una tarde le prometió que la llevaría al cielo y que las estrellas serían su cama. Aquella cafetería donde el amor se avergonzaba ante sus miradas que pedían más y desafiaba la ley del “terminar”.
Simplemente no quería recordar, pero a cada instante, a cada paso que daba, un recuerdo parecía copar el lugar por completo y la obligaba a retomar aquel viejo dolor que a cada paso dejaba más cicatrices sobre las viejas, carcomiendo vestigios de ilusión, llenando de una morfina una realidad pagana y desgreñada.
Esta vez no sería igual, era momento de cortar la soga, probar el final, creer que luego del abismo algo habrá, caminar hasta el acantilado confiada en el continuar.
Simplemente tomó aquel papel y lo colocó sobre el cenicero. El encendedor había cubierto de llamas el pasado que no quería llevar consigo: el peso inconsciente sobre unos hombros cansados y lastimados de cargar frustraciones y desencantos que solo llevan a la locura ordinaria que transforma y desorbita la posibilidad de una noción más simple sobre lo simple que tendría que ser el vivir.
No es fácil dejar atrás lo que no quería olvidar, pero era lo suficientemente egoísta como para dejarse llevar por la corriente del fracaso de un amor y no volver a nacer de sus cenizas dispuesta a continuar y buscar el placer para sí.
A esta altura, su mesa era casi una formación de soldados rubios y un cementerio de filtros; pero nada podía hacer ya: el volver atrás era imposible y significaría el miedo a avanzar, el correr hacia adelante implicaba una cuota de seguridad que aún no poseía.
Esperar… esperar pero no parar. ¿Cual difícil es predecir el capricho del destino que sin pensar en las consecuencias trajo a su vida a aquel que no sería eterno, usando al azar de escudero creyendo en el juego y no queriendo responsabilizarse por “daños causados”?.
Sería perfecto acabar, pero tal vez aún no deseaba olvidar, existía un vínculo impensado, casi incomprensible que la ataba a la necesidad del sufrimiento y el dolor que él le provocaba. En aquel momento en que su autoestima estaba dispuesto a ponerse de pie, una figura se dibuja en el umbral de la puerta del lugar y al cruzarla, la imagen más perfecta que sus ojos pudieran mostrarle le confirman un segundo después, que era él.
De repente volvió a mirar como no creyendo ver aquello y vislumbró una prolongación que se extendía del brazo de aquella persona. Enseguida consigue ver que “aquello” era una persona, casi era un ángel y él la llevaba de la mano. Aquella mujer era la luz que deslumbró a todas las personas del lugar que quedaron contemplándola por un instante sin pensar en nada…
No había más que decir, era su novia; y fue el último puñal que contribuyó al lento asesinato de un corazón moribundo que esta vez no quería más.
Casi de un salto, ella se levantó de su mesa, fue hasta la barra y pagó su cuenta a la camarera con acento argentino, sin embargo tenía una segunda cuenta, esta vez por cobrar…
Fue hasta la mesa que ambos habían tomado, se acercó a la “novia feliz”, la saludó con la mirada, se dio la vuelta, lo miró a él y simplemente lo besó.. Sin importarle nada, se retiró y salió de la cafetería rumbo a casa.
La tarde estaba en pena, la lluvia lavaba las calles de la ciudad llevándose pisadas perdidas por las veredas de la soledad que ella hoy debía transitar, levantó la cabeza, cerró sus ojos y dejó que las suaves gotas curaran sus heridas y el placer del agua llenaba de paz su interior.´
Así como el agua en la naturaleza todo lo puede modificar, es así como en ella iba a sacar, nada es demasiado difícil, nada es eterno y todo va a terminar.
-- Déjame volar (dijo en voz alta), no quiero estar atada a este lugar…
Y es así como el traje de la gran ciudad la vio perderse entre los edificios que como celosos guardianes de sueños vigilaban su pasos y el horizonte se la llevó y el camino solo la acompañó.
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3 comentarios
Write comentariosQue buena historia para un sábado caluroso.
ReplyLo que más gustó fue cuando morrea al tio delante de la novia, eso sí que es tener ovarios.
Que pases un buen fin de semana, yo sigo aquí preparando el artículo para mañana.
Un saludo.
Jo, me ha dado desasosiego poniendome en el lugar de esta mujer....es una historia muy triste, pero bonita.
ReplyBesos!
Una historia cuanto menos curiosa. Un abrazo
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