Compulsa tu vida

La vida de Rafa se resumía en una palabra: compulsa. Día a día consagraba su mañana a la compulsa de fotocopias que, por supuesto, correspondieran con sus originales. Rondaba la cuarentena y tras quince años de servicio municipal su cuerpo ya no era el de antes, la barriga sobresalía en sus polos y era evidente que pronto tendría una buena calva.

Entre compulsa y compulsa leía el periódico, llamaba por teléfono o tintineaba los dedos en la mesa, mirando a la pared de enfrente. También bajaba a menudo a Organización, quizás buscando evadirse un rato, hablar con algún conocido o simplemente no estar en aquella mesa, junto a la gran puerta de madera con un cartel que decía “Compulsas de 9:00 a 13:00 horas”.

Era aquel un trabajo cara al público lo que le ocasionaba multitud de encontronazos diarios. El mundo de las compulsas es complejo y delicado, algo que la gente de a pie no termina de comprender. Rafa se había atenido siempre a la Biblia del personal de compulsas, el Manual de Procedimiento Administrativo, pero por mucho que lo explicaba la gente no comprendía que un billete de avión o la carta de un buen amigo no se podían compulsar. Quizás un notario lo hiciera, pero en el puesto de compulsas municipal estaba estipulado lo contrario.

A menudo también la gente se quejaba del precio de las compulsas, 1’43 euros, más aún cuando se habían olvidado de hacer la fotocopia al documento original y Rafa les decía que no tenía con qué hacérsela. Esto era cierto a medias, el departamento de al lado tenía una pero estaba bien escondida para evitar estas situaciones. Además, le habían dejado claro que las fotocopias debía aportarlas el ciudadano.

Había ocasiones en que surgían conflictos bien desagradables, gente que muy indignada le decían que los del ayuntamiento y él en concreto eran unos chorizos y unos desalmados, que en lugar de ayudar a solucionar los problemas lo que hacían era agravarlos. Rafa intentaba hacer comprender a la gente que la burocracia es así, incluso los invitaba a poner una reclamación al ayuntamiento para que el servicio se mejorara. Cuando al fin se iban, Rafa refunfuñaba, mascullaba pequeñas maldades sobre sus insultantes, no comprendía cómo la gente podía ser así.

Un día Rafa recibió una carta de la Agencia Tributaria, la llamada Hacienda. Era el borrador de su declaración. Lo abrió con ilusión porque supuso que le devolverían un buen pellizco, su mujer y él tenían dos hijos, sueldos mediocres, la hipoteca aún por veinticinco años y el préstamo del volkswagen. Sin embargo, no le habían tenido en cuenta nada de aquello, era como si su mujer y él vivieran solos y sin un solo gasto, así que les salía a pagar una barbaridad.

A la mañana siguiente pidió el día de asuntos propios y se dispuso a solucionar aquel malentendido. Fue a la oficina de la Agencia Tributaria de su distrito donde esperó hora y media antes de ser atendido. Allí le dijeron que necesitaban los documentos para justificar todo aquello, así que sacó de su maletín de piel el libro de familia, el contrato de la hipoteca, el del préstamo del coche, sus contratos de trabajo y nóminas, dni’s,… en fin, todo lo que supuso que necesitarían.

Pero es que necesitamos copia compulsada de toda esta documentación, le dijeron. Fue al banco y le sacaron copia de los contrato y se las cotejaron, así como de la compra del vehículo. Posteriormente fue al ayuntamiento y la compañera que le estaba sustituyendo en su día de permiso le compulsó el resto. Volvió con sus documentos a Hacienda y esperó otra hora hasta que le volvió a tocar. Comprobaron los datos y estaban correctos, a excepción del domicilio que estaba equivocado en el registro de la Seguridad Social. Entonces fue la Seguridad Social para que le pusieran bien el domicilio, esperó otra hora larga y cuando le atendieron le dijeron que para cambiar el domicilio necesitaban algo que justificara que él vivía allí. Fue a su casa y volvió con una factura de la luz, pero el señor que le atendió en esta ocasión le dijo que debía ser algún documento oficial, contrato de alquiler, compraventa, nota simple,… así que volvió con las escrituras pero le dijeron que antes le debían sacar copia compulsada.

Eran ya las dos y media de la tarde, iba sudando, con el polo saliéndose por sus pantalones y dejando ver parte de su barriga. Entró al ayuntamiento y pidió a su compañera que le compulsara las escrituras.

- Rafa, ¿y las fotocopias?

No llevaba fotocopias, se le habían olvidado. Se miraron un momento a los ojos, él sabía que su compañera era al menos tan escrupulosa con el Manual de Procedimiento como él. Y Rafa hacía ya mucho tiempo que se quería ver al otro lado de la mesa.
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2 comentarios

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15 de julio de 2009, 15:39 delete

Interesante historia...

Me gustó mucho sinceramente.

Un abrazo.

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Unknown
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15 de julio de 2009, 19:44 delete

No me recuerdes este tema que me tiene cabreado...

Necesito una fotocopia compulsada de esto, de lo otro, patatín patatán.

Pero en el fondo una buena historia.

Un abrazo

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