- “El País”, Martes, 28 de Julio de 2.009
Hoy, en lo mejor de este, largo y pegajoso verano, extraños visitantes han hecho acto de presencia en mi estudio, sin que yo sea capaz de darles un sentido preciso. Y sin embargo, sé con toda certeza que han sido visitantes, que el azar no los ha traído hasta aquí.
El primero ha venido durante el sueño. Mi habitación se había convertido en un banco-refugio, y yo dormía en una de las camas despreocupadamente, hasta que he escuchado entrar a un hombre que sólo veía desde la sombra, y que nos ha gritado con voz aguardentosa (por que él creía que mi madre dormía conmigo), que saludaba a las señoras. Enseguida me ha entrado miedo de que descubriese que yo estaba sola, que ninguna madre velaba por mi seguridad, y he callado. Sospechaba que su saludo sólo tenía como fin averiguar si se trataba de dos mujeres o de una sola, además muchacha, porque de otra manera no habría lanzado ese grito a la oscuridad de dos durmientes. Sus intenciones no podían ser buenas.
Le he escuchado acercarse sigilosamente hasta la puerta de la habitación, intentar averiguar cúantas respiraciones distinguía. Me he quedado muy quieta. Luego ha salido del banco-refugio.
Me he levantado de la cama y me he puesto a vigilar la carretera oscura y llena de árboles, ansiosa porque llegase alguien conocido. He sabido que estaba en una banlieue de París, que una ola de calor azotaba Francia y que el banco-refugio era una sucursal de La Caixa. He visto que una bicicleta se acercaba; de nuevo podía tratarse de aquel hombre. He corrido hasta la cama con la esperanza de no haber sido vista. En ese momento me he despertado, me he dado cuenta de que estaba en mi estudio de Madrid y de que aquella presencia del sueño había venido conmigo; en alguna parte entre la cocina y el pasillo lo escuchaba respirar, afanarse por permanecer quieto. Aquel hombre se había salido de mi inconsciente, y ahora se obstinaba por algún turbio deseo en pasar inadvertido. Minutos más tarde, me he percatado de que junto al hombre, o tal vez enfrente, había un detective, del que yo debía esperar mi salvación.
Luego, hacia el mediodía, he descubierto que alguien se ha llevado un plato llano. Ni el ordenador, ni dinero, ni el móvil, ni el iPod. Sólo un plato, como si se tratara de su propia cocina, como si, digamos no hubiese hurtado nada.
Sencillamente ha llegado, ha atravesado mi pequeño pasillo, ha abierto el armario y ha cogido el plato para comer o para ponérselo en la cabeza. Con la mayor de las indiferencias ante todo lo valioso que pueda haber aquí. Durante más de una hora, he vagado delante de mis estanterías y he abierto mis armarios para calibrar el precio de mis cosas. No he podido evitar un cierto regusto a fracaso. Por último, sobre las seis de la tarde, se ha colado por la ventana una mosca gigante.
Elvira Navarro es escritora, autora, entre otros, de “La ciudad en invierno” (Caballo de Troya)
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4 comentarios
Write comentariosJoer, menuda historia.
ReplyUn poco de canguele da.
Un abrazo.
Interesante historia, me gusta.
ReplyUn abrazo.
Me gustó la historia....
ReplyFeliz lunes! (aunque cueste ser feliz un lunes, pero si lo repetimos mucho, quizás....)
Con lo dormilón que soy yo y me pasa esto, me da un ataque.
ReplyUn abrazo.
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