Desde el cristal del tren lo vi alejarse, con su porte elegante, sus piernas largas y su sombrero encasquetado, me recordaba a la figura de un inspector o detective, con esa seriedad siempre clavada en el rostro.
Pero él, no resolvía casos, él los producía, su carrera delictiva constituía el informe más grueso de todos los delincuentes existentes, pero nunca lo habían descubierto, sabían que todos los atracos, secuestros y asesinatos pertenecían a la misma persona porque todos se caracterizaban por su delicadeza y meticulosidad a la hora de llevarlos a cabo, pero aún no habían conseguido ponerle nombre ni cara al que los hacía.
Sin embargo, yo sabía quien era, nadie conseguiría conocerlo como yo.
Fui una de esas personas que sufrieron en sus propias carnes el sabor del miedo ante una persona desconocida que apuntaba con una pistola y sin ningún tipo de pudor a la hora de apretar el gatillo.
No sé por qué, si fue el destino o la más pura y simple casualidad, el hecho es que en una de sus fechorías, un asalto al banco, al escaparse me llevó consigo, intenté escapar pero sus manos me aferraban con firmeza y, al mismo tiempo con dulzura.
La primera noche que pasé siendo su rehén me violó, sin ningún tipo de reparo, luego, esto se convirtió en una práctica habitual, pero yo notaba algo distinto, cada vez que me violaba parecía como si estuviéramos haciendo el amor, un amor compartido, establecido por los dos, me besaba con dulzura y si yo me quejaba por algo, él se limitaba a no hacerlo.
Pasaban los días, una semana, dos, y yo seguía atrapada, pero ahora, no eran sólo las cuerdas las que me tenían atada si no algo especial que emanaba de su mirada y hacía que ardiera en deseos por quedarme a su lado.
Un día me dijo “'¡Vete!” con cierta tristeza, y aunque llevaba días esperando ese momento no pude irme, aún no le había visto la cara, en mi presencia se tapaba con algo parecido a una máscara, me quedé quieta. “¡¿No me has oído?!.
Le dije que no con la cabeza y acerqué su boca a la mía para besarlo. Me quedé. Nos pasamos 3, 4 meses, no contaba el tiempo, no importaba, sólo su sonrisa me importaba, sus ojos escudriñándome cada vez que yo bajaba la mirada.
Una noche, mientras dormía le escuché andar de un lado para otro, nervioso, supuse que sería otro de sus planes. Nunca le había dicho dejara de matar, de robar pero sabía cuál sería su respuesta así que me callé y me volví a dormir.
Me desperté tarde, a eso de las tres de la tarde, al abrir los ojos lo vi, sentado en mi cama, le acaricié la mano, al ver que estaba despierta sonrió.
-- Debes irte, te acompañaré a la estación del tren, te he comprado ropa, póntela, la otra te la he guardado en la maleta, no soy bueno para ti.
-- ¿Por qué no me dejas decidir quién es bueno para mi?-. Le grité.
Se giró para mirarme y se fue, A los 5 minutos entró y me vio sin cambiar, sin inmutarse, me desnudo y me vistió.
-- Vamos, si no nos damos prisa perderás el tren.
Intenté ir despacio, dije que me dolía un pie, todo con tal de no alejarme de él. Pero con una sola mano me levantó y me puso sobre su espalda, mientras yo refunfuñaba.
Me subí al tren sin querer creérmelo, nunca había disfrutado tanto como durante ese tiempo, nunca había querido tanto a una persona. Y ahora se alejaba, o, más bien la que me alejaba era yo. El tren aún no arrancara por lo que podía verlo allí, impasible, serio, y por un momento, me pareció ver una sombra de lágrima bajando por su mejilla, llegando a su boca.
Supongo que no, sólo sería un simple reflejo de cristal. Los chirridos me anunciaron que nos íbamos y ese chirrido me sonó a un adiós, a un “te quiero” de hojalata, a un corazón de piedra firme.
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2 comentarios
Write comentariosDespues de lo que pasó la pobre mujer, acabó enamorándose de él.
ReplyBuena historia !!.
Salu2
A eso le llaman "sindrome de Estocolmo" y lo sufren los/las rehenes y las mujeres maltratadas. Una vez estuve leyendo sobre este sindrome y me resultó muy interesante. Y mira, sin quererlo me has dado una idea para mi artículo de mañana.
ReplyBesitos!
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