Así en la tierra como en la tele.

  • “El País”, Miércoles 15 de Julio de 2.009

asienlatierra Vi cómo el niño, nada más dejar sus padres las maletas en el apartamento 401, encendía la tele en el canal Naturaleza Salvaje, desenfundaba los rotuladores Carioca, rescataba un bloc de dibujo sumergido en el surtido de bragas de bikini de la madre, y bajaba a la piscina. Allí escogió una tumbona reclinable. Le dije si quería un refresco, pero abrió el bloc tamaño A3 y comenzó a dibujar la fachada del aparthotel. Le preguntó entonces qué hace y responde: “dibujo El sueño eterno”. Por si acaso, le llevé una Fanta.

Con la playa a su espalda, y sin mezclarse con otros mocosos que montaban bronca en la piscina, pasó aquel primer día entregado al dibujo. Cuando, de cena, le llevé un bocadillo, observé que la Fanta ni la había tocado; rotuladores circuncidados se amontonaban en sus manos. Sólo dijo, “me gustan las aves migratorias, me voy a ver Naturaleza Salvaje”. Al día siguiente, a petición de sus padres, llevé un escueto desayuno al apartamento, [en años de oficio he podido comprobar que hay dos tipos de familia: a) las que quieren copiosos desayunos, como si en verano fueran americanas, y b), las que la madre, recién operada, sueña con el título Miss Top-Less; estamos ante este último caso].

Fue dejar el desayuno y ver al crío ante el televisor, a oscuras, irradiado por unas aves que sin razón aparente migraban de un continente a otro. Los padres aún dormían. No tardó el chaval en bajar a la piscina. La misma tumbona y, Carioca va Carioca viene, continuó trabajando la fachada, a través de cuyas ventanas vi escenas minuciosamente dibujadas: una rubia besando, un tipo de dispara un revólver, en el tercer piso un coche aparcando junto a una cabaña, y así. Esa noche, les subo la cena y veo a la madre iniciando una pelea con el hijo para forzarlo a no ver más Naturaleza Salvaje. Afirma estar harta, no poder más. El padre hace ademán de sacar el cinturón, de repente recuerda que va en bañador. A la mañana siguiente el chaval me dice: “no entiendo por qué mi madre se ha puesto tetas; odio esas tetas, yo no mamé de esas tetas. me ha borrado”.

Días mas tardes, estando de guardia nocturna, veo luz en la recepción trasera. A falta de ginebra, había estado chupando la goma del aire acondicionado, así que fui haciendo eses. Era el crío, ante la tele, a oscuras, viendo pasar aves migratorias. Me senté a su lado, agarré el bloc, abierto en el asiento de al lado.

-- ¿Por qué dibujas esto? –. Le dije.

-- Por la película “El sueño eterno” (respondió sin apartar la vista de la tele), la he visto mil veces y quiero dibujar en cada una de las ventanas de este hotel una escena de la película.

-- ¿Pero por qué?.

-- Porque es una peli que no entiendo.

Nos quedamos un rato mirando la pantalla en silencio, hasta que dijo: “ves, tampoco esas aves migratorias entienden”.

Agustín Fernández Mallo es autor de “Nocilla Experience” (Alfaguara) y finalista del Premio Anagrama de Ensayo con Postpoesía.

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2 comentarios

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5 de agosto de 2009, 0:04 delete

Después de leerla dos veces, no me he enterado de la historia.

O soy corto de mente o no lo pillo.

En general, en la línea de los autores que escriben para "El País".

Un abrazo.

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5 de agosto de 2009, 4:06 delete

Que historia mas rara...
... no la logro entender.

Que tengas un buen día.
Un abrazo.

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