Estefan, Celso, Isi, Bruno, Sonia, Cristina y Gamusino publicaban una revista semanal en un universo paralelo. En este universo Internet no existía, a nadie se le había ocurrido conectar dos ordenadores entre sí para intercambiar información.
Durante la semana iban escribiendo sus artículos de opinión, relatos y textos sobre cuestiones varias que, el fin se semana, se encargaban de reproducir con la multicopista. Poca gente leía su revista pero, eso sí, eran bien fieles.
Pero un fin de semana cuando fueron a preparar la publicación cayeron en la cuenta de que nadie se había encargado de maquetarla. Esta era una tarea que se iban asignando conforme podían y la semana anterior, quizás por terminar a las tantas hartos de cerveza, no se habían acordado de hacerlo.
Como pudieron lo prepararon todo, no podían dejar a sus lectores huérfanos una semana, y salieron a la calle como de costumbre. Pero tomaron la decisión establecer una cierta organización en la “empresa”, alguien debía ponerse al frente y coordinar. A la semana siguiente harían una votación para designar al elegido.
Al principio ninguno quería ser el director. Nadie creía ser lo suficientemente bueno, o al menos mejor que los demás, como para ostentar ese cargo. Hasta que Gamusino dijo que él se ofrecía para tan magna tarea. Al final no hubo votación puesto que había un solo candidato.
Gamusino pronto cogió el timón del barco y organizó a todo el personal. Celso se encargaría de preparar la multicopista con papel y tinta. Estefan compraría el material necesario. Isi haría la maquetación. Bruno pondría las grapas. Por su parte, Sonia y Cristina se dedicarían a la distribución.
Al principio la cosa fue bien, cada cual hacía su parte y todo discurría por su camino. Pero pronto los trabajadores comenzaron a hacer comentarios suspicaces. Un día la multicopista se rompió y los ánimos se caldearon. La chispa saltó cuando Gamusino echó en cara a Celso su negligencia al frente de la máquina.
A partir de ese día cada cual iba haciendo su trabajo pero la calidad de los textos se fue deteriorando, algunos dejaron de escribir o escribieron menos y se notó en la distribución, tan solo los ancianos del parque querían las revistas y era para sentarse o recoger las cacas de los perros.
Gamusino, al frente de una “empresa” en claro declive, se agarró los machos y en una reunión de personal los puso a cada cual en su sitio. Algunos se le encararon diciéndole que él era el único que tan solo escribía, que no hacía nada más por la revista. Pero atajó pronto la discusión diciendo que su función era la de hacerles trabajar a ellos. Quedaron estupefactos, pero ninguno se lo discutió. Es más, la revista volvió a funcionar, los ancianos del parque la volvieron a leer antes de usarla para otros menesteres e incluso Rosa, la de la cafetería de la esquina, la volvió a comprar para sus clientes.
Pero un sábado cuando los redactores aparecieron por la sede encontraron a Gamusino muerto sobre la mesa de su despacho. Alguien lo había asesinado con un palo de pinchito y… no, un momento, Estefan comprobó que aún tenía pulso. Rápidamente llamaron a una ambulancia que lo trasladó al hospital.
Los redactores aprovecharon para clausurar la publicación y crear una nueva, de tapadillo, en la cochera de Bruno. Gamusino sobrevivió, pero nunca se supo quien o quienes le habían intentado asesinar. De la antigua sede, cuando estuvo recuperado, tan solo se llevó una cosa, un retrato suyo que tenía en el despacho.
Durante la semana iban escribiendo sus artículos de opinión, relatos y textos sobre cuestiones varias que, el fin se semana, se encargaban de reproducir con la multicopista. Poca gente leía su revista pero, eso sí, eran bien fieles.
Pero un fin de semana cuando fueron a preparar la publicación cayeron en la cuenta de que nadie se había encargado de maquetarla. Esta era una tarea que se iban asignando conforme podían y la semana anterior, quizás por terminar a las tantas hartos de cerveza, no se habían acordado de hacerlo.
Como pudieron lo prepararon todo, no podían dejar a sus lectores huérfanos una semana, y salieron a la calle como de costumbre. Pero tomaron la decisión establecer una cierta organización en la “empresa”, alguien debía ponerse al frente y coordinar. A la semana siguiente harían una votación para designar al elegido.
Al principio ninguno quería ser el director. Nadie creía ser lo suficientemente bueno, o al menos mejor que los demás, como para ostentar ese cargo. Hasta que Gamusino dijo que él se ofrecía para tan magna tarea. Al final no hubo votación puesto que había un solo candidato.
Gamusino pronto cogió el timón del barco y organizó a todo el personal. Celso se encargaría de preparar la multicopista con papel y tinta. Estefan compraría el material necesario. Isi haría la maquetación. Bruno pondría las grapas. Por su parte, Sonia y Cristina se dedicarían a la distribución.
Al principio la cosa fue bien, cada cual hacía su parte y todo discurría por su camino. Pero pronto los trabajadores comenzaron a hacer comentarios suspicaces. Un día la multicopista se rompió y los ánimos se caldearon. La chispa saltó cuando Gamusino echó en cara a Celso su negligencia al frente de la máquina.
A partir de ese día cada cual iba haciendo su trabajo pero la calidad de los textos se fue deteriorando, algunos dejaron de escribir o escribieron menos y se notó en la distribución, tan solo los ancianos del parque querían las revistas y era para sentarse o recoger las cacas de los perros.
Gamusino, al frente de una “empresa” en claro declive, se agarró los machos y en una reunión de personal los puso a cada cual en su sitio. Algunos se le encararon diciéndole que él era el único que tan solo escribía, que no hacía nada más por la revista. Pero atajó pronto la discusión diciendo que su función era la de hacerles trabajar a ellos. Quedaron estupefactos, pero ninguno se lo discutió. Es más, la revista volvió a funcionar, los ancianos del parque la volvieron a leer antes de usarla para otros menesteres e incluso Rosa, la de la cafetería de la esquina, la volvió a comprar para sus clientes.
Pero un sábado cuando los redactores aparecieron por la sede encontraron a Gamusino muerto sobre la mesa de su despacho. Alguien lo había asesinado con un palo de pinchito y… no, un momento, Estefan comprobó que aún tenía pulso. Rápidamente llamaron a una ambulancia que lo trasladó al hospital.
Los redactores aprovecharon para clausurar la publicación y crear una nueva, de tapadillo, en la cochera de Bruno. Gamusino sobrevivió, pero nunca se supo quien o quienes le habían intentado asesinar. De la antigua sede, cuando estuvo recuperado, tan solo se llevó una cosa, un retrato suyo que tenía en el despacho.
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6 comentarios
Write comentariosJeje, que buena historia.
ReplyAunque no sé porqué, tanto la historia de la tarde de otoño y esta o apareces casi muerto o te matan.
Muy buena historia, me gustó mucho.
Un abrazo.
¿Acaso son historias diferentes? ¬¬
ReplyUn abrazo
Ummm, esta historia me da para pensar...
Reply... Está relacionada con la de "una tarde de otoño"??.
Sería genial unir esas dos historias.
Buen relato !!!.
Un abrazo.
¬¬ creo que la próxima vez deberé ser más evidente... :P un abrazo!
ReplyPues menudo compañerismo, madre del amor hermoso.
ReplyTuvimos que ser uno de nosotros quien agredió a director (voto por Sonia, que yo estuve negociando con unos clientes el tema de la distribución.
¡¡ 1 BESITO !!
Que buen principio para la historia anterior.
ReplyAunque el compañerismo deja que desear, mira que atacar al director.
Salu2.
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